18 feb 2011

La causa y la cura de los terremotos


Por Carlos Wesley



Este trabajo es a menudo identificado erróneamente como un sermón de Juan Wesley. En realidad, fue publicado por su hermano Carlos en 1750


“Venid, ved las obras de Jehová, que ha puesto asolamientos en la tierra” Salmo 46:8

De todos los juicios que el Dios justo inflige en los pecadores aquí, el más espantoso y destructivo es un terremoto. ¡Esto Él de hoy pronto ha causado en nuestra parte de la tierra, y con lo cual alarmó nuestros temores, y nos mandó “prepárate para venir al encuentro de tu Dios” (Amós 4:12)!Los golpes que han sido sentidos en diversos lugares, desde aquél que hicieron temblar esta ciudad, nos puede convencer que el peligro no se ha terminado, y debía mantenernos todavía en admiración; viendo que “ni con todo esto ha cesado su furor, pero su mano todavía está extendida” (Isaías 10:4).


Para que pueda juntarme con el diseño de la Providencia en esta crisis atroz, tomaré la ocasión de las palabras de mi texto,
I. Para mostrar que terremotos son obras del Señor, y que Él sólo trae esta destrucción sobre la tierra:
II. Llamarlo a percibir las obras del Señor, en dos o tres casos terribles: Y,
III. Dale algunas direcciones convenientes a la ocasión.I. Para mostrar que terremotos son obras del Señor, y que Él sólo trae esta destrucción sobre la tierra:
Estoy para mostrarle que los terremotos son las obras del Señor, y que Él sólo trae esta destrucción sobre la tierra. Ahora, de que Dios mismo es el Autor, y el pecado la causa moral, de terremotos, (cualquier causa natural pueda ser) no puede ser negado por cualquiera que cree las Escrituras; porque éstas son las que testifican de Él, que es Dios que “remueve las montañas con su furor, y ellas no saben quién las trastornó. Él sacude la tierra de su lugar, y hace temblar sus columnas” (Job 9:5, 6). “Él cual mira a la tierra, y ella tiembla; toca los montes, y humean" (Salmo 104:32). “Los montes se derritieron como cera delante de Jehová, delante del Señor de toda la tierra” (Salmo 97:5). “Los montes tiemblan delante de Él, y los collados se disuelven; y la tierra se enciende a su presencia, y el mundo, y todos los que en él habitan. ¿Quién permanecerá delante de su ira? ¿Y quién quedará en pie en el furor de su enojo? Su ira se derrama como fuego, y por Él las rocas son quebradas” (Nahúm 1:5, 6).

1. Los terremotos son expuestos por los escritores inspirados como acto judicial apropiado de Dios, o el castigo de pecado: El pecado es la causa, los terremotos el efecto, de su ira. Así según el Salmista: “La tierra se estremeció y tembló; se conmovieron los cimientos de los montes, y se estremecieron, porque se indignó Él” (Salmo 18:7). Así el Profeta Isaías: “Y castigaré al mundo por su maldad, ---y abatiré la altivez de los poderosos. Porque haré estremecer los cielos, y la tierra se moverá de su lugar, en la indignación de Jehová de los ejércitos, y en el día de su ardiente ira” (Isaías 13:11, 13) Y otra vez. “He aquí que Jehová vacía la tierra y la desnuda, y trastorna su faz” (en lo original, pervertir el rostro del mismo), “y dispersa sus moradores. Y acontecerá que el que huyere de la voz del terror, caerá en el foso; y el que saliere de en medio del foso, será preso en el lazo; porque de lo alto se abrieron ventanas, y temblarán los fundamentos de la tierra. Se quebrantará del todo la tierra, enteramente desmenuzada será la tierra, en gran manera será conmovida la tierra. Temblará la tierra, temblará como un borracho, y será removida como una choza; y se agravará sobre ella su pecado, y caerá, y nunca más se levantará” (Isaías 24:1, 18.20). “A la presencia del Señor tiembla la tierra, a la presencia del Dios de Jacob” (Salmo 114:7). “De Jehová de los ejércitos serás visitada con truenos y con terremotos y con gran estruendo, con torbellino y tempestad, y llama de fuego consumidor" (Isaías 29:6).

2. Nada puede ser más expreso que estos testimonios de la Escritura, que determinan la causa y el autor de esta calamidad terrible. Pero la razón, así como la fe, nos asegura suficientemente que debe ser el castigo del pecado, y del efecto de esa maldición que fue traída sobre la tierra por la transgresión original. La estabilidad ya no debe ser buscada en el mundo, desde que la inocencia es desterrada de allí: Pero no podemos concebir que el universo habría sido perturbado por estos accidentes furiosos durante el estado de la rectitud original. ¿Por qué debe haber armado la ira de Dios los elementos contra sus sujetos fieles? ¿Por qué debe haber derrocado Él todas Sus obras para destruir a hombres inocentes? ¿O por qué agobió a los habitantes de la tierra con las ruinas del mismo, si ellos no habían sido pecadores? ¿Por qué enterró aquellos en los intestinos de la tierra quiénes no habían de no morirse? Entonces, vamos a concluir, de la Escritura y la razón, que terremotos son las obras extrañas de Dios de juicio -- el efecto y el castigo apropiados del pecado. Continúo,


II. Para poner antes de ustedes estas obras del Señor en dos o tres casos terribles.
1. En el año 1692 allí sucedió en Sicilia uno de los terremotos más espantosos en toda la historia. Sacudió la isla entera y no sólo eso, pero Nápoles y Malta compartieron en el golpe. Fue imposible para cualquiera mantenerse en pie sobre la tierra bailadora: No, aún los que estaban colocados en el suelo fueron tirados de lado a lado, como en una oleada rodante. Las paredes altas brincaron de sus bases varios pasos.

2. La travesura que hizo era asombrosa: Cincuenta y cuatro ciudades y municipalidades, aparte de un número increíble de aldeas, casi fueron destruidos enteramente. Catania, uno de las antiguas ciudades más famosas y prósperas en el reino, la residencia de varios monarcas, y de una universidad, tuvo la acción más grande en el juicio. El Padre Anth. Serrvoita, estando en camino allí, unas pocas millas de la ciudad observó una nube negra como cerner de noche sobre ella; y allí surgieron de la boca de Etna gran agujas de llama, que se esparcieron por todas partes. ¡El mar, de repente, comenzó a rugir, y subir en oleadas; los pájaros volaron todos asombrados; el ganado corrió llorando en los campos; y hubo un golpe como si toda la artillería en el mundo hubiera sido descargada inmediatamente!
Su caballo y de los de sus compañeros se pararon en seco, temblando; así que fueron forzados a bajarse. Apenas se habían bajado; que ellos fueron levantados del suelo como de dos palmas; cuando, lanzando los ojos hacia Catania, él fue asombrado en no ver nada sino una nube gruesa de polvo en el aire. Esto fue la escena de su calamidad; pero de la magnifica Catania no había ni a lo menos un paso para ser visto. De dieciocho mil novecientos y catorce habitantes, dieciocho mil perecieron en ella: ¡En las varias ciudades y municipalidades sesenta mil fueron destruidos fuera de doscientos y cincuenta y cuatro mil novecientos!

3. En el mismo año de 1692, el 7 de junio, fue el terremoto en Jamaica. ¡Derribó la mayoría de las casas, iglesias, fábricas de azúcar, molinos y puentes en toda la isla, arrancó las rocas y las montañas, reduciendo algunas de ellas a llanos; destruyó plantaciones enteras, y las arrojó al mar; y, en dos minutos de tiempo, sacudió y destruyó nueve décimas de la ciudad de Port Royal; las casas se hundieron completamente treinta o cuarenta brazas de profundidad!
La tierra, abriéndose, se tragó a la gente; y se levantaron en otras calles; algunos en medio del puerto, (siendo impulsado de nuevo por el mar, que se aumentó en esas violaciones) y tan maravillosamente se escaparon.
De todos los pozos, de una braza a seis o siete, el agua salió volando de la parte superior con un movimiento vehemente. Si bien las casas en un lado de la calle fueron absorbidas, por el otro, fueron arrojados a montones. La arena en la calle se elevaba como las olas del mar, levantando todos los cuerpos que estaban en ella, y de inmediato cayéndose en los pozos; y en el mismo instante, un torrente de agua, rompiendo, rodó una y otra vez sobre ellos, mientras se agarraban de vigas y cabríos para salvarse.
Los buques y corbetas en el puerto fueron volcados y se perdieron. Un buque, por el movimiento del mar y el hundimiento del muelle, fue conducido sobre las copas de muchas casas, y se hundió allí.
El terremoto fue acompañado de un ruido sordo hueco, como el de un trueno. En menos de un minuto, tres cuartos de las casas, y el terreno en cual que estaban, con los habitantes, eran hundidos bajo el agua, y ¡la parte pequeña dejado atrás no era más que un montón de basura!
El choque fue tan violento que lanzó la gente a rodillas o en la cara, ya que estaban corriendo en busca de refugio; la tierra se hinchaba y se levantaba como un mar agitado; y varias casas, aún en pie eran barajadas y trasladadas unos metros fuera de su lugares; una calle entera se dice que es dos veces más amplio ahora que antes.
En muchos lugares la tierra se rompía, y se abría y se cerraba rápidamente, de las cuales aberturas, dos o trescientos pueden ser vistos en un momento; en algunas de las cuales la gente era tragada; otros, la tierra en cerrándose los capturaba por el medio, y eran exprimidos a muerte; y de esa manera quedaron enterrados con sólo sus cabezas por encima del suelo; ¡algunas cabezas los perros se comieron!
El Ministro del lugar, en su cuenta, dice, que tal era la maldad desesperada del pueblo, que tenía miedo a continuar entre ellos; que el día del terremoto algunos marineros y otros comenzaron a forzar y rebuscar los almacenes, y casas abandonadas, mientras la tierra temblaba bajo de ellos, y las casas cayeron sobre ellos en el acto; que se encontró con muchos de ellos jurando y blasfemando; y que las prostitutas comunes, que todavía quedaban en el lugar, fueron tan borrachas y atrevidas como siempre.
Mientras corría hacia a la Fortaleza, un lugar muy abierto, para salvarse a sí mismo, vio la tierra abrirse y tragar una gran cantidad de personas; y el mar montándose sobre ellos a lo largo de las fortificaciones, de forma análoga destruyó un gran cementerio, y se llevó los cadáveres de sus tumbas, arrojando las tumbas a pedazos. ¡El puerto estaba cubierto de cadáveres, flotando hacia arriba y abajo sin sepultura!
Tan pronto como el golpe violento terminó, él deseó que toda la gente se uniera con él en la oración. Entre ellos había varios judíos, quienes se arrodillaron y contestaron como ellos lo hicieron, y fueron oídos que hasta llamaron aún a Jesucristo. Después de que él hubiera pasado una hora y media con ellos en la oración, y exhortándoles al arrepentimiento, él deseo de retirarse a algún buque en el puerto, y, pasando por encima de las cimas de algunas casas que estaban en nivel con el agua, conseguido primero en una canoa, y entonces en una lancha, que lo puso abordar un buque.
Las aperturas más grandes se tragaron las casas; y fuera de algunas prorrumpían ríos enteros de agua, arrojándose una gran altura en el aire, y amenazando un diluvio a esa parte que el terremoto perdonó. El total fue asistido con olores ofensivos, y con el ruido de montañas que caían. El cielo en el tiempo de un minuto fue girado lánguido y rojo, como un horno resplandeciente. Apenas una casa plantadora u obra de azúcar fueron dejadas parados en toda Jamaica. Una gran parte de ellos fueron tragados, casas, árboles, gente y todo en un boquear; en el lugar que después apareció gran piscinas de agua, que, cuando se secaron, nada más que arena quedó, sin cualquier marca que jamás árbol o planta hubiera existido.
Aproximadamente doce millas del mar, la tierra estaba boqueada, y prorrumpían, con una fuerza prodigiosa, cantidades vastas de agua en el aire. Pero la violencia más grande fue entre las montañas y las piedras. La mayor parte de los ríos fueron parados por veinticuatro horas, por el caer de las montañas; hasta, hinchándose, ellos se hicieron para sí mismos nuevos canales, despedazando árboles, y con todo que se encontraban, en su pasaje.
Una grande montaña se dividió, y se cayó en el suelo plano, y cubrió varios establecimientos, y destruyó a la gente allí. Otra montaña, habiendo hecho varios saltos o movimientos, agobió [una] gran parte de una plantación que estaba una milla lejos. Otra grande montaña alta, cercas de viaje de un día, fue completamente tragada, y donde había estado ahora esta un lago grande de algunas ligas.
Después del grande sacudo, los que escaparon se montaron en buques en el puerto, donde muchos continuaron en ellos por dos meses; los sacados todo ese tiempo siendo muy violentos, y viniendo tan grueso, a veces dos o tres en una hora, acompañados con ruidos espantosos, como un viento erizado, o un trueno hueco retumbadazo, con explosiones de azufre, que ellos no se atrevían venir a tierra. La consecuencia del terremoto fue, una enfermedad general de los vapores repugnantes, que barrió encima de tres mil personas.

4. En el 28 de octubre, 1746, media hora después de las diez de la noche, Lima, la capital de Perú, fue destruida por un terremoto, que extendió unas cien ligas hacia el norte y como muchos más al sur, a lo largo de la costa. La destrucción no dio ni tanto tiempo para el susto; porque, al uno y al mismo instante, el ruido, el golpe, y la ruina fueron percibidos. En el espacio de cuatro minutos, durante el cual la fuerza más grande del terremoto duro, algunos se encontraron a sí mismos enterrados bajo las ruinas de las casas que se caían; y otros fueron aplastados a muerte en las calles por el derribar de las paredes, las cuales se cayeron sobre ellos al correr aquí y allá.
No obstante, la parte mayor de los habitantes (que fue computado cerca de sesenta mil) fueron preservados providencialmente, o en los lugares huecos que las ruinas dejaron, o en la cima de la arruina misma, sin saber cómo ellos llegaron allí. Porque ninguna persona, en tal temporada, tuve tiempo para la deliberación; y suponiendo que la tenían, no había lugar para el retiro: Porque las partes que parecían ser las más firmes probaron ser los más débiles; al contrario los más débiles, en intervalos, hacían la más resistencia; y la consternación era tal, que nadie pensaba a sí mismos asegurados, hasta que habían hecho su escape fuera de la ciudad.
La tierra golpeó contra los edificios con tal violencia, que cada golpe abatía la parte mayor de ellos; y éstos, rompiendo junto con ellos pesas vastas en su caída, (especialmente las iglesias y casas altas) completó la destrucción de todo con que se encontraron, aún de lo que el terremoto había perdonado. Los golpes, aunque instantáneos, fueron todavía sucesivos; y en intervalos los hombres fueron transportados de un lugar a otro, que fue los medios de seguridad para algunos, mientras la imposibilidad total de mover a otros para preservaros.
¡Había setenta y cuatro iglesias, además de capillas, y catorce monasterios, con como muchos más hospitales y enfermerías, que fueron en todo instante reducido a un montón ruinoso, y su riquezas inmensas enterrados en la tierra! Pero aunque apenas veinte casas fueron dejadas paradas, mas no parece que el número de los muertos aumentó a mucho más de un mil y ciento y cuarenta y una personas; setenta de los cuales eran pacientes en un hospital, que fueron enterrados por el techo que cayo sobre ellos estando acostados en sus camas, ninguna persona que pudiera darles ayuda.
Callao, un pueblo de puerto marítimo, dos ligas lejanas de Lima, fue tragada por el mar en el mismo terremoto. Se desapareció fuera de vista en un momento; así que a lo menos ninguna vista de ella parece ahora.
Unas pocas torres, en verdad, y las fuerzas de sus paredes, por un tiempo, aguantaron la fuerza entera del terremoto: Pero apenas tuvieron sus habitantes pobres en comenzar a recuperar su primer susto que la ruina espantosa había ocasionado, cuando de repente el mar comenzó a hincharse, y, subiendo a una altura prodigiosa, se apresuro frenéticamente hacia, y se derramó sobre, con tan vasto diluvio de agua, sus antiguos ligados, que, hundiendo la mayor parte de los buques que estaban en ancla en el puerto, y levantando los demás encima de la altura de las paredes y torres, los impulsó y los dejó en tierra seca mucho más allá del pueblo. ¡Al mismo tiempo, despedazó de las bases todo en ello las de casas y edificios, excepto las dos puertas, y aquí y allá algunos pequeños fragmentos de las paredes de sí mismos, que, como registros de la calamidad, son todavía de ser vistos entre las ruinas y las aguas, -- un monumento espantoso de lo que ellos fueron!
En esta inundación furiosa fueron ahogados todos los habitantes del lugar, aproximadamente cinco mil personas. Tales como pudieron de agarrarse de cualquier pedazo de madera, flotaron por allí por un tiempo considerable; pero esos fragmentos, por falta de lugar, se golpeaban continuamente en contra uno al otro, y así que arrojaban a los que se habían adherido a ellos.
Aproximadamente doscientos, de mayor parte pescadores y marineros, se salvaron a sí mismos. Ellos declararon que las ondas en su retiro rodeaba el pueblo entero, sin dejar cualquier medio para la preservación; y que, en los intervalos, cuando la violencia de la inundación fue un poco disminuido, ellos oyeron los gritos más doloridos y los chillidos de los que perecieron. Esos, igualmente, que estaban bordados en los buques, que, por la elevación del mar, fueron llevados sobre el pueblo, tuvieron la oportunidad de escapar. De veintitrés buques en el puerto en aquel momento del terremoto, cuatro fueron desamparados, y todos los demás se hundieron. Las pocas personas que se salvaron a sí mismos sobre tablones, varias veces fueron impulsados tan lejos hasta la isla de S. Lawrence, más de dos ligas de la fortaleza. Por fin algunos de ellos fueron lanzados sobre la orilla del mar, y otros sobre la isla, y así que fueron preservados.

5. En estos casos podemos percibir y ver las obras del Señor, y cómo Él es “temible en sus hechos para con los hijos de los hombres” (Salmo 66:5). En verdad, nada puede ser tan de afecto como este juicio de terremotos cuando vienen inesperadamente como un ladrón en la noche; -- cuando “se ensanchó el infierno, y sin medida extendió su boca; y allá descenderá la gloria de ellos, y su multitud, y su fausto, y el que en él se regocijaba” (Isaías 5:14) -- cuando no hay tiempo de huir, ni el método de escapar, ni la posibilidad para resistir; -- cuando ningún santuario ni refugio ha quedado; ninguna guarida ha de ser encontrado en las torres más altas o las cavernas más bajas; -- cuando la tierra se abre en un repentino, y viene a ser la tumba de familias enteras, de las calles, y de las ciudades; y se realiza esto en menos tiempo que usted puede decir la historia de ello ; o en enviar una inundación de aguas para ahogarlos, o vomitando llamas de fuego para consumirlos, o cerrándose otra vez sobre ellos, que se mueren por asfixia o hambre, si no por las ruinas de su propia moradas; -- cuando los padres y los niños, los maridos y las esposas, los maestros y los sirvientes, los magistrados, los Ministros, y la gente, sin distinción, en el medio de la salud, y de la paz, y el negocio, son enterrados en una ruina común, y pasan todos juntos a un mundo eterno: ¡y hay sólo la diferencia de unas pocas horas o minutos entre una famosa ciudad y de nada en todo!

6. Ahora, si la guerra es un mal terrible, ¡cuánto más un terremoto, que, en el medio de la paz, trae un mal peor que la extremidad de la guerra! ¡Si una pestilencia furiosa es espantosa, que barre miles en un día, y diez miles en una noche; si un fuego consumador es un juicio asombroso; cuánto más asombroso es esto, por lo cual las casas, y los habitantes, los pueblos, y las ciudades, y los países, son destruidos todos en un golpe en unos pocos minutos! La muerte es el único presagio de tal juicio, sin dar ocio de preparar para otro mundo, o la oportunidad de buscar cualquier refugio en este.
Para un hombre sentir la tierra, el cuál es colgado sobre nada, (pero como alguna pelota vasta en el medio de un aire enrarecido rendidor) se tambalea bajo él, lo debe llenar con susto y confusión secretos. ¡La historia nos informa de los efectos temerosos de terremotos en todas edades; donde puede ver las piedras rotas en pedazos; las montañas no sólo lanzados abajo, pero removidas; las colinas levantadas, no sólo fuera de los valles, sino fuera de los mares; los fuegos que estallan de las aguas; piedras y carbonillas vomitados arriba; los ríos cambiados; los mares desalojados; la tierra abriéndose; los pueblos tragados; y muchos acontecimientos semejantes horrorosos!
De todas reprobaciones divinas, no hay ninguna más horrible, más inevitable, que esto. ¿Para dónde podemos pensar escapar peligro, si la cosa más sólida en todo el mundo sacude? Si lo que sostiene todas las otras cosas nos amenaza con hundirse bajo los pies, ¿qué santuario encontraremos de una mal que nos abarca? Y ¿adónde podemos retiramos, si los golfos que se abren a sí mismos cierran nuestros pasajes en cada lado?
¡Con qué horror son los hombres golpeados cuando oyen el gemido de la tierra; cuando su temblar suceden sus quejas; cuándo las casas son aflojadas de sus bases; cuando los techos se caen sobre sus cabezas, y el pavimento se hunde bajo los pies! ¡Qué esperanza, cuando el temor no puede ser cercado por el vuelo! En otros males hay alguna manera de escapar; pero en un terremoto encierra lo que derroca, y emprende la guerra con provincias enteras; y a veces no deja nada detrás para informar la posteridad de sus atrocidades. Más insolente que el fuego, que reserva piedras; más cruel que el conquistador, que deja paredes; más glotón que el mar, que vomita arriba naufragios; traga y devora en absoluto lo que trastorna. El mar mismo es susceptible a su imperio, y las tormentas más peligrosas son ésos ocasionados por los terremotos.


III. Para darle algunas direcciones convenientes a la ocasión
Vengo, en el tercero y último lugar, para darle algunas direcciones convenientes a la ocasión. Y esto es lo más necesitado, porque no sabes qué pronto el último terremoto, con el cual Dios nos ha visitado, puede regresar, o sea si Él no pueda ampliarlo así como repetir su comisión. Una vez, si, dos veces, el Señor nos ha advertido, que Él se ha levantado para sacudir terriblemente la tierra.

1. Así qué, Teme a Dios, ¡aún que Dios en un momento puede echar tanto el cuerpo como el alma en el infierno! “Métete en la piedra, escóndete en el polvo, por la presencia temible de Jehová, y por el esplendor de su majestad” (Isaías 2:10). No debemos nosotros todos exclamar, “Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios Todopoderoso; justos y verdaderos son tus caminos, Rey de los santos. ¿Quién no te temerá, oh Señor, y glorificará tu nombre? pues sólo tú eres santo; por lo cual todas las naciones vendrán, y adorarán delante de ti, porque tus juicios se han manifestado” (Apocalipsis 15:3, 4).
Dios habla a tus corazones, como en el trueno subterráneo, “La voz de Jehová clama a la ciudad,… Oíd la vara, y a quien lo ha establecido” (Miqueas 6:9). Él te manda que tomes cuenta de Su poder y justicia. “Ven y mira” (Apocalipsis 6:5) mientras un sello fresco se abre; si, “Venid, y ved las obras de Dios, temible en sus hechos para con los hijos de los hombres” (Salmo 66:5).
Cuando Él hace las montañas temblar, y la tierra sacudir, ¿no serán movidos nuestros corazones? “¿A mí no me temeréis? dice Jehová; ¿no os amedrentaréis ante mi presencia?” (Jeremías 5:22) ¿No me temeréis, quién puede abrir las ventanas del cielo, o separar las fuentes del hondo abajo, y manar inundaciones enteras de venganza cuando yo quiero? -- ¿Quien “sobre los malos lloverá lazos; fuego, azufre y terrible tempestad” (Salmo 11:6) o enciende esas corrientes y exhalaciones en los intestinos y cavernas de la tierra, y los hace forzar su camino para la destrucción de pueblos, de las ciudades, y de los países? ¿Quién así de repente puede girar una tierra fructífera en un desierto árido; un espectáculo asombroso de desolación y ruina?
“¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? ¿Habrá algún mal en la ciudad, el cual Jehová no haya hecho? Rugiendo el león, ¿quién no temerá?” (Amós 3:6, 8). Con Dios hay majestad terrible; por lo tanto, los hombres lo temerán. Algunos lo hacen; y todos deben. ¡O que su temor pueda en este momento caer sobre todos quienes oyen estas palabras; forzando a cada uno de ustedes exclamar, “Mi carne se ha estremecido por temor de ti; y de tus juicios tengo miedo” (Salmo 119:120)! ¡O que todos puedan ver; ahora Su mano está levantada, como en el acto para golpear; está extendida todavía; y sacude Su vara sobre una tierra culpable, un pueblo preparada para la destrucción! Porque ¿no es esta la nación para ser visitada? Y “¿No he de castigar por esto? dice Jehová. De una gente como ésta ¿no se ha de vengar mi alma?” (Jeremías 5:9). ¿Qué sino el arrepentimiento nacional puede prevenir la destrucción nacional?


2. “Entended ahora esto, los que os olvidáis de Dios; no sea que os despedace, sin que haya quien libre” (Salmo 50:22). Para que la iniquidad no sea tu ruina, ¡arrepiente! Este es el Segundo consejo que te ofrezco; o, más bien, el Primero que es además impuesto sobre usted, y explicado. “Teme a Jehová, y apártate del mal” (Proverbios 3:7); arrepiéntete, y “haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Lucas 3:8); arranca de ti tus pecados en este momento. “Lavad, limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de ante mis ojos; dejad de hacer lo malo. Aprended á hacer bien” (Isaías 1:16, 17), dice el Señor.
“Antes si no os arrepintiereis, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3). “Por eso pues ahora, dice Jehová”, [“no queriendo que ninguno perezca” (2 Pedro 3:9)], “convertíos á mí con todo vuestro corazón, con ayuno y lloro y llanto. Y lacerad vuestro corazón, y no vuestros vestidos; y convertíos á Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira, y grande en misericordia, y que se arrepiente del castigo. ¿Quién sabe si volverá, y se apiadará, y dejará bendición tras de él, presente y libación para Jehová Dios vuestro?” (Joel 2:12-14).
“¿Quién sabe?” Una pregunta que debe hacerlo temblar. Dios lo esta pesando en la balanza, y, como fuera, ¡considerando o si salvarlo o si destruirlo! “Di á los hijos de Israel: Vosotros sois pueblo de dura cerviz: en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré: quítate pues ahora tus atavíos, que yo sabré lo que te tengo de hacer” (Éxodo 33:5).
Dios espera para ver que efecto sus advertencias tendrán sobre usted. Él se detiene al punto de ejecutar juicio, y exclama, “¿Cómo tengo de dejarte?"”(Oseas 11:8). O, “¿Para qué habéis de ser castigados aún?” (Isaías 1:5). Él no se complace en la muerte de él que muere. Él no ocasionaría su acto extraño, a menos que tu impenitencia obstinada lo obligue.
“¿Y por qué moriréis, casa de Israel?" (Ezequiel 18:31). Dios te advierte del juicio venidero, para que puedas tomar advertencia, y te escapes por el arrepentimiento oportuno. Él levanta Su mano, y la sacude sobre ti, para que lo puedas ver, y para prevenir el golpe. Él te dice, “Ahora, ya también la segur está puesta á la raíz de los árboles” (Mateo 3:10). Por lo tanto arrepiéntete; da a luz el fruto bueno; y no serás talado, y lanzado en el fuego. ¡O no desprecia las riquezas de su misericordia, sino deja que te dirija al arrepentimiento! “Y tened por salud (salvación) la paciencia de nuestro Señor” (2 Pedro 3:15). No endurezca sus corazones, sino vuelve a Aquél quien te golpea; o, más bien, ¡Aquél quien te amenaza golpearte, para que puedas voltearte y ser perdonado!
¡Qué lento es la ira del Señor! ¡Qué tan desinclinado para castigar! ¡Por qué pasos tranquilados viene a tomar venganza! ¡Cuantas muchas aflicciones más ligeras antes de que dé el golpe final!
¿Debe de llamar al hombre en el caballo rojo a regresar, y para decirle, “Espada, pasa por la tierra” (Ezequiel 14:17)?¿Podemos quejamos porque no nos dio advertencia? ¿No privó la espada primero en el extranjero; y luego no la vimos dentro de nuestras fronteras? Mas el Dios misericordioso dijo, "Hasta aquí llegarás, y no más”; él paró a los invasores en el medio de nuestra tierra, y los giró atrás otra vez, y los destruyó.
¿Debe enviar él al hombre en el caballo pálido, cuyo nombre es la Muerte, y la pestilencia destruir miles y diez miles de nosotros; podemos negar que primero Él nos advirtió por la mortalidad furiosa entre nuestro ganado?
Así que, si lo provocamos a asolar nuestra tierra, y voltearla al revés, y derrocarnos, como Él derrocó Sodoma y Gomorra; ¿no hubiésemos conseguido esto nosotros mismos? ¿No tuviésemos ninguna razón por esperar cualquier tal calamidad; ninguna noticia anterior; ningún temblor de la tierra antes que clavara; ningún golpe antes que abriese su boca? ¿No puso él ejemplos de tan terribles juicios antes de nuestros ojos? ¿Nunca hubiésemos oído de la destrucción de Jamaica, ni de Catania, ni esa de Lima, que sucedió sino ayer? Si al fin perecemos, perecemos sin excusa; ¿porqué pudiese haber sido hecho más para salvarnos?
Sí; usted ahora tiene otro llamado al arrepentimiento, otra oferta de misericordia, quienquiera usted sea que oiga estas palabras. ¡En el nombre del Señor Jesús, yo le advierto una vez más, como un guardián sobre la casa de Israel, a huir de la ira venidera! ¡Yo le pongo en recuerdo (si usted ha tan pronto olvidado) del último juicio atroz, por lo cual Dios los sacudió sobre la boca del infierno! Probablemente Él despertó tu cuerpo por ello; pero ¿despertó Él tu alma? El Señor estaba en el terremoto, y puso una pregunta solemne a tu conciencia: "¿Estas preparado para morir?" "¿Es tu paz hecha con Dios?" Si la tierra ha de abrir su boca en este momento, y tragarte, ¿qué sería de ti? ¿Donde hubieras de estar? ¿En el seno de Abraham, o levantando tus ojos en el tormento? Si hubieses perecido por el último terremoto, ¿no hubieras muero en tus pecados? O, más bien, ¿ido rápidamente al infierno? ¿Quién previno tu condenación? ¡Fue el Hijo de Dios! O, ¡cae en tu rostro, y adorarle! ¡Dale la gloria por tu liberación; y dedica el residuo de tus días a Su servicio!

3. Este es el Tercer consejo que te daría: “Arrepentíos, y creed el evangelio”(Marcos 1:15). “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú” (Hechos 16:31). “Besad al Hijo, para que no se enoje, y perezcáis en el camino” (Salmo 2:12). El arrepentimiento sólo no te aprovechará nada; ni tampoco te arrepientes, a menos que confieses con corazones rotos lo más deplorable de todos tus pecados, tu incredulidad; de haber rechazado, o no haber aceptado, a Jesucristo como tu único Salvador. Ni tampoco puedes arrepentirte a menos que Él mismo te dé el poder; a menos que Su Espíritu te dé convicción del pecado, porque no crees en Él.
Hasta que te arrepientes de tu incredulidad, todos tus deseos y promesas buenas son vanos, y se pasarán como una nube de la mañana. Los votos que hagas en un tiempo de problemas, te olvidarás y los quebraras tan pronto como el problema termina y el peligro es pasado.
¿Pero te escaparas por tu maldad, suponiendo que el terremoto no regresara? A Dios nunca le faltarán maneras y medios para castigar a los pecadores impenitentes. Él tiene mil otros juicios en reserva; y si la tierra no hubiese de abrir su boca, no obstante ¡seguramente él será tragado por fin en el hoyo insondable del infierno!
¿Te escaparías todavía de esa muerte eterna? ¡Entonces recibe la sentencia de muerte en ti mismo, pecador miserable destruido de ti mismo! ¡Conoce tu falta de la fe divina, salvadora y viviente! Gime bajo tu carga de la incredulidad, y rechaza en ser consolado hasta que oigas de Su propia boca decir, “Hijo, ten ánimo, tus pecados te son perdonados” (Mateo 9:2).
Yo no lo puedo dar por hecho, que todos los hombres tienen fe; ni hablar a los pecadores de esta tierra como si fueran creyentes en Jesucristo. Por qué, ¿dónde están los frutos de fe? La fe obra por el amor; la fe vence el mundo; la fe purifica el corazón; en la más pequeña medida, mueve montañas. Si puedes creer, todas las cosas son posibles para ti. Si eres justificado por la fe, tienes la paz con Dios, y te regocijas en esperanza de su apariencia gloriosa.
El que cree tiene el testimonio en si mismo; tiene la seguridad del cielo en el corazón; tiene el amor más fuerte que la muerte. La muerte para el creyente ha perdido su aguijón; “Por tanto no temeremos aunque la tierra sea removida; Aunque se traspasen los montes al corazón del mar” (Salmo 46:2). Porque él sabe en quien ha creído; y “que ni la muerte, ni la vida, nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38, 39).
¿Cree usted así? Pruébase usted mismo por la palabra infalible de Dios. Si usted no tiene los frutos, los efectos, ni propiedades inseparables de la fe, usted no tiene fe. Venga, entonces, al Autor y Consumador de fe, confesando tus pecados, y la raíz de todo -- tu incredulidad, hasta que Él perdone tus pecados, y lo limpie de toda injusticia. ¡Venga al Amigo de pecadores, trabajado y cargado, y él le dará el perdón! ¡Eche su pobre alma desesperada sobre su amor agonizante! ¡Entre a la piedra, el arca, la ciudad de refugio! Pida, y recibirá la fe y el perdón juntos. Él espera para ser gracioso. Él te ha reservado para esto mismo; para que tus ojos puedan ver Su salvación. Cualquier juicio que venga en estos últimos días, mas quienquiera invoque el nombre del Señor Jesús será salvado.
¡Llámale ahora mismo, oh pecador! ¡Y continúa instante en la oración, hasta que Él te conteste en paz y poder! ¡Lucha por la bendición! ¡Tu vida, tu alma, están en riesgo! Llora tremendamente a Él, -- “¡Jesús, Hijo de David, ten misericordia de mí!” (Marcos 10:47). “Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). Señor, ¡ayúdame! ¡Ayuda mi incredulidad! ¡Sálvame, o perezco! ¡Rocíe mi corazón turbado! ¡Láveme enteramente en la fuente de tu sangre; guíame por tu Espíritu; santifíqueme totalmente, y recíbame para gloria!


Tomado de: recursos teologicos.org

23 ene 2011

EL DIEZMO


El Privilegio de la Mayordomía Cristiana
Por el doctor Peter Masters


Hace un poco más de veinte años, mi esposa y yo solíamos visitar a una querida anciana cristiana que estaba muy débil para vivir sola, por lo que tuvo que cambiarse a un hogar para ancianos. Ella vivía tan frugalmente y tenía tan poco en su alacena que uno pensaría que no tenía un centavo. Pero cuando sus amigos de confianza llegaron a recoger las cosas de su departamento rentado y empacaron sus pocas posesiones, encontraron en cajones y aparadores, aquí y allá, sobres llenos de billetes destinados a varios misioneros. Era claro que casi todo lo que ella poseía, después de pagar la renta y sus gastos básicos, lo ofrendaba al Señor, pues todo su corazón era para Él y Su obra.

Este no fue un incidente aislado, pues años atrás uno a menudo se encontraba con indicativos de la devota mayordomía de los creyentes de edad avanzada, independientemente de cuán pobres eran financieramente hablando. Los pastores más veteranos en todas partes servirán de eco de esta experiencia. ¿Acaso ha pasado esa era de abnegado amor?Hoy en día tenemos tanto. Nuestros ejecutivos más jóvenes manejan carros de un lujo y calidad que sus colegas de hace treinta años ni siquiera podían soñar. Nuestros recién casados generalmente empiezan con todos los artículos para el hogar, y más, cosas que sus padres tuvieron que adquirir gradualmente, en una larga marcha hasta la madurez. El hogar más humilde tiene equipo de sonido y video, además de dinero para vacaciones sustanciales, y así sucesivamente. Sin embargo, por lo que nos enteramos, iglesias y pastores en todo el país tienen con frecuencia estrecheces financieras, y pocos proyectos de significado pueden ponerse en marcha. Es ciertamente alarmante ver cuán pocos misioneros reciben apoyo estos días. Asociaciones de iglesias financian un puñado de ellos, cuando uno esperaría que muchas de las congregaciones locales fueran capaces de apoyar al menos un par de proyectos.

¿Están los cristianos en general menos comprometidos de lo que estaban antes? ¿Acaso la nueva generación de convertidos no entiende el punto de la mayordomía de sus medios? ¿Nos hemos convertido en una generación echada a perder, tan acostumbrada a un elevado estándar de vida que no queremos deshacernos de mucho para darlo al Señor? Si es así, entonces nos hacemos daño a nosotros mismos y perdemos una tremenda instrumentalidad espiritual. Que el Señor bendiga para nuestros corazones este análisis de algunos versículos grandiosos del Nuevo Testamento, que enseñan los deberes y las bendiciones del "diezmo" por parte del pueblo de Dios.

El título de este artículo toca de inmediato una nota controversial, porque diezmar (el acto de ofrendar un diez por ciento del ingreso), es una obligación de los judíos, y en ninguna parte del Nuevo Testamento se menciona como un deber del cristiano. Sin embargo, usamos el término en un sentido general más que literal. Para nosotros la palabra "diezmo" indica que el ofrendar debería estar relacionado con los medios que poseemos, "según haya prosperado" (1 Corintios 16: 2) y no necesariamente tiene que ser un diez por ciento exacto. No obstante, más adelante veremos que el diezmo del Antiguo Testamento tiene una base bíblica como el mínimo para el pueblo de Dios en todas las épocas.

Este escrito examinará muchos textos del Nuevo Testamento, cada uno de los cuales presenta algún aspecto del diezmo, incluyendo la actitud del creyente, los propósitos de Dios, la proporción del diezmo, y algunas reglas prácticas para la mayordomía.

1. Todo lo que tenemos pertenece al Señor.

El primer principio de la mayordomía característicamente cristiana, fue enseñado por el Salvador, según está registrado en Lucas 21: 1-4. Viendo a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas, y con ellos a una pobre viuda que echaba sus dos blancas, Él hizo la observación que ella había dado más que todos los demás, pues mientras ellos dieron una pequeña porción de su gran riqueza, 'ella de su pobreza' echó todo el sustento que tenía.

La gran lección aquí, y la norma para las ofrendas del cristiano, es que todo lo que poseemos le pertenece al Señor. Si alguien desea debatir el valor preciso de un diezmo en la dispensación cristiana, si es un décimo, o más, o menos, la respuesta del Señor es que es estrictamente todo lo que tenemos.

Todo lo que somos y todo lo que tenemos es del Señor, y, aunque tenemos que proveer para nuestra vivienda, ropa, comida y otras responsabilidades, vivimos de Su dinero, pues todo nuestro ingreso es Suyo, y debe estar disponible para Él conforme se requiera. No decimos: '¿qué proporción debería ofrendar?' Sino más bien 'puesto que todo es Suyo; ¿qué proporción necesito retener?'

Únicamente esta actitud nos hará realistas acerca de cómo gastamos nuestro dinero: si en cosas innecesarias o en cosas de mucho lujo o demasiado caras para nuestras necesidades. Debemos acabar con la mentalidad que considera algunas cosas como nuestras y otras como Suyas. Deberíamos pensar que todas las cosas son Suyas, y de ellas tomamos para nuestro gasto, a fin de cubrir nuestras razonables necesidades terrenales.

El corazón del Señor fue conmovido por aquella mujer que comprometió todo lo que tenía. El apóstol Pablo alaba esta actitud en sus palabras a los corintios: "no sois vuestros, porque habéis sido comprados por precio." (1 Corintios 6: 19-20) El rey David entendió esto muy bien cuando oró: "Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano de damos." (1 Crónicas 29: 14).

Amamos al Señor por sobre todas las cosas y nos hemos entregado completamente a Él. Por consiguiente debemos emplear todos nuestros recursos y energías para Él, como hijos e hijas privilegiados de un Salvador amado, soberano y glorioso.

2. El Propósito Principal del Diezmo

¿Cuál es, precisamente, el propósito del diezmo o de la mayordomía? Una buena parte de la respuesta se encuentra en 1 Corintios 9. Al final de trece versículos de poderoso razonamiento escritural, Pablo dice: "Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio." (1 Corintios 9: 14). La ofrenda del pueblo de Dios es principalmente para el engrandecimiento y la proclamación de la Palabra de Dios.

El Evangelio debe ser proclamado por todas partes; la viña del Señor debe ser plantada, y la ovejas del Señor apacentadas (versículo 7). Los mensajeros del Señor ('el que ara y el que trilla') deben tener la capacidad de entregarse a su obra (versículo 10). Entonces este es el propósito más elevado de la mayordomía cristiana: la proclamación de la verdad salvadora de Dios, y la instrucción de la iglesia.

De acuerdo con el texto, la idea de que los predicadores y otros obreros cristianos deben ser sostenidos, no es algo que fue inventado por la iglesia, sino que fue ordenado por Dios (lo que significa: prescrito, arreglado y ordenado por Él). Son el plan y la voluntad de Dios.

Es cierto que el pasaje más largo del Nuevo Testamento relativo a la mayordomía (en 2 Corintios 8 y 9), tiene que ver principalmente con el alivio de los creyentes afligidos, pero la enseñanza de 1 Corintios 9 respecto al sostén de los predicadores, es tan enfático e imperativo, que es claramente el primer deber y el principal.

Gálatas 6: 6 insiste también en el sostenimiento del ministerio de la Palabra. Pablo dice: "el que es enseñado en la Palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye." La palabra griega traducida como partícipe, significa compartir. Esto demuestra que somos llamados a compartir con aquél que ha sido apartado para enseñar. Pablo nos ordena la reciprocidad como oyentes y maestros, dando y recibiendo mutuamente.

Si la mayordomía en una iglesia es pobre, entonces la diseminación de la Palabra de Dios sufrirá. El pastor será empobrecido, los misioneros recibirán escasa ayuda; la buena literatura no podrá ser adquirida ni reproducida; los medios necesarios para el evangelismo y para la escuela dominical, tales como alojamiento y vehículos, no estarán disponibles. Sin embargo, el Señor ha ordenado que los mensajeros sean apartados y que la obra del evangelismo sea sostenida con liberalidad.

¿Acaso somos indiferentes a la mayordomía de nuestro dinero? Quizás no nos hemos percatado plenamente que Dios ha ordenado que nuestra contribución desempeñará un papel importante en llevar a cabo Sus gloriosos propósitos. Quizá no hemos sentido todo el peso del privilegio y de la responsabilidad que esto conlleva. Tal vez no hemos considerado nunca, seria y profundamente, cuánto deberíamos dar y cómo deberíamos comprometernos a ser fieles a nuestras obligaciones.

3. La Manera de Diezmar

En 1 Corintios 16: 1-2, Pablo habla de la frecuencia y del espíritu de la mayordomía, diciendo: "En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado."

En este particular pasaje, el propósito de la ofrenda es benevolencia para los creyentes afligidos; pero la actitud respecto a la 'ofrenda' y su frecuencia, es muy instructiva para todo tipo de ofrendas.

La frase "según haya prosperado" (la versión antigua traduce: 'lo que por la bondad de Dios pudiere'), tiene un significado especial. La frase haya prosperado significa literalmente: "Según que haya sido ayudado por Dios en el camino." Esto implica que las circunstancias de uno pueden variar de una semana a otra, algo que en aquel tiempo era ciertamente verdad, y lo es también en la actualidad. Los hogares cristianos calculaban sus necesidades y daban una porción de su dinero al Señor. Entonces, si su ingreso se incrementaba, ellos lo veían como que el Señor los prosperaba a fin de que destinaran más para la ofrenda. Si "Dios les ayudó en su camino" no era únicamente para su propio beneficio, sino también para su mayordomía, y en ese espíritu daban. Si los corintios no hubieran contribuido según el Señor los prosperaba, habrían sido culpables de usar mal (malversar) lo que Él les dio con un propósito.

La frecuencia de la ofrenda semanal, que involucraba un cálculo inteligente de los fondos disponibles, demuestra la necesidad de revisar continuamente nuestra mayordomía. No es suficiente arreglar una transferencia bancaria, una vez cada seis meses o más, para luego olvidarse del asunto.

Tenemos una obligación en obediencia al mandato divino, a ser continuamente sensibles a las necesidades de la obra de Dios, y también conscientes de la provisión divina para nosotros, para que podamos ayudar a suplir estas necesidades. Este texto nos llama a ser sensibles constantemente, vigilantes y responsables de nuestras ofrendas.

No es sorprendente que el apóstol enseñe que la ofrenda debería ser depositada en el día de la adoración, puesto que la mayordomía es un acto de adoración, gratitud y dedicación. Adoramos con nuestra mentes, nuestros corazones y también con nuestros bienes, reconociendo que nada de lo que poseemos es nuestro, y que somos siervos del Señor.

4. Una Señal Vital del Carácter Cristiano

Otro pasaje importante sobre la mayordomía cristiana es 2 Corintios 8 y 9, que presenta una lista de retos y estímulos. Aquí Pablo dice a los corintios que ellos deberían saber acerca de "la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de Macedonia" (2 Corintios 8: 1); la gracia mencionada es el espíritu de generosidad y ayuda.

"Como en todo abundáis," dice Pablo, "en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud. . . abundad también en esta gracia (2 Corintios 8: 7). Evidentemente, los miembros de la iglesia de Corinto tenían fe, un vibrante testimonio, un buen conocimiento de doctrina, y una gran solicitud en muchas cosas, pero no habían comprendido plenamente el deber de la mayordomía generosa.

Ellos revelaron una significativa área de estancamiento, en su falla en terminar la mayordomía que habían empezado. Ellos tenían la intención de dar (versículos 10-11), ciertamente habían empezado a dar, pero no terminaron la obra. El reto para nosotros es claro. ¿Cuál es el nivel de mayordomía que hemos alcanzado, el de Macedonia o el de Corinto?

Pero, ¿por qué la ofrenda, en este pasaje, es llamada una 'gracia'? Primero, porque es una manifestación de la gracia de Dios en el corazón; una evidencia de Su obra transformadora y santificadora. El apóstol Pablo dijo a los corintios que su generosa mayordomía sería una prueba de la sinceridad de su amor (versículo 8). También les exhortaba con estas palabras: "Mostrad, pues, para con ellos ante las iglesias la prueba de vuestro amor" (versículo 24).

Segundo, la mayordomía es una "gracia" por el espíritu con que se lleva a cabo. Damos motivados por la gracia. El dador da voluntariamente y no espera recibir ningún beneficio personal. Es motivado a dar porque Dios le ha mostrado Su favor libre y gratuitamente.

Si la iglesia fijara el diezmo como algo obligatorio para sus miembros, entonces sus ofrendas ya no serían una "gracia." Si la gente ofrendara porque algún maestro del 'evangelio de la prosperidad' los hubiera convencido de que Dios los recompensaría, entonces su ofrenda ya no sería una "gracia." Para agradar a Dios, la dádiva debe provenir de un corazón sincero, como un acto voluntario, sin ninguna expectativa de recibir alguna recompensa personal.

¿Cuál es nuestra condición ante el Señor? ¿Cuán grande es nuestro amor? ¿Cuán profunda es nuestra convicción? ¿Cuán sincero es nuestro agradecimiento y nuestro deseo para el avance de la obra del Señor y la gloria de Su nombre? Pablo, hablando bajo inspiración del Espíritu Santo, dice que todas estas cosas son probadas por el vigor de nuestra mayordomía.

¿Por qué debe ser la mayordomía la prueba de ácido de nuestro amor y sinceridad? ¿Es una prueba justa y precisa? Si alguien permite que su mayordomía decaiga, ¿significa que su espiritualidad está decayendo? ¿Realmente indica falta de amor, de compromiso y de profundidad?

La respuesta en 2 Corintios 8 es que, en efecto, demuestra esto, porque la mayordomía revela la semejanza de familia de los hijos de Dios. Pablo argumenta que, en nuestra mayordomía, el corazón de Cristo se manifiesta en nosotros: "porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor de vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos" (versículo 9).

En otras palabras, la mayordomía es una de las pruebas más reveladoras de nuestra semejanza a Cristo, porque refleja muy claramente Su carácter. Él se dio a Sí mismo completa y enteramente para beneficio de otros. Él se despojó de la gloria del cielo por la más profunda humillación, aun hasta la muerte de cruz, motivado por Su compasión por los pecadores.

En un sentido Él "ha dado" su estado eterno por Su pueblo, tomando sobre Sí mismo un cuerpo, ahora glorificado, que llevará para siempre en Su oficio de Rey, guardián y protector.

El Señor Jesucristo, nuestro "hermano mayor," precursor y ejemplo, es inmensurablemente desinteresado, amoroso, tierno, benevolente y generoso. En Su maravillosa gracia y condescendencia, se dio a Sí mismo, y se dio a Sí mismo enteramente. Entonces, la evidencia más grande de nuestra semejanza a Él, será manifiesta en nuestra buena voluntad de darnos a nosotros mismos y nuestros bienes, para Su causa. Si somos mayordomos infieles, entonces nuestra semejanza de "familia" no será muy visible en nosotros.

5. Darnos Nosotros Mismos al Señor

2 Corintios 8 pone delante de nosotros el ejemplo de un pueblo cuyos corazones fueron tan entregados a la causa a la que contribuyeron, que no dieron sólo su dinero, sino también se dieron ellos mismos (ver versículo 5).

Al ofrendar el dinero que tanto necesitaban, se sujetaron a sí mismos a grandes padecimientos, y es en este sentido que la Biblia dice que: "se dieron a sí mismos al Señor" (versículo 5). Aquí tenemos más luz sobre la actitud de la viuda que dio todo su gasto al Señor. Tal vez ellos dijeron: "abstenernos de comer por un día o una semana, para poder mandar ayuda a los creyentes en Jerusalén, es nuestro servicio para ellos. Ayunaremos con gozo, para que ellos puedan sobrevivir." (Evidentemente, muchos creyentes en Jerusalén se encontraban en peligro de morir de hambre a causa de una fuerte sequía). No dieron solamente dinero, sino cualquier comodidad y gusto que ese dinero les hubiera comprado, si no lo hubiesen dado. Hicieron un sacrificio personal mediante esta privación.

Toda mayordomía verdadera y digna es como ésta, porque planta una diferencia en nuestras vidas. No decimos: "voy a ofrendar únicamente una suma que me deje libre para gastar el resto como yo quiera, y para disfrutar cualquier placer o posesión que quiera." Por el contrario, nosotros debemos decir: "voy a darme a mí mismo al Señor y a Su obra, reduciendo los gastos extravagantes, los lujos, las cosas superfluas y todos los deleites innecesarios, con el fin de que el dinero que hubiese gastado en todas esas cosas, sea dedicado a la causa de mi Salvador."

¿Tomamos tan seriamente nuestro ministerio de mayordomía, planeando nuestros gastos de tal manera que podamos apoyar gozosamente la predicación de la Palabra y ayudar a los creyentes necesitados? Ciertamente debemos mantener un hogar y un estilo de vida suficientes para poder servir eficazmente al Señor. Pero, ¿tenemos como meta hacer lo máximo que podamos en lo relativo a nuestra mayordomía?

La mayor prueba de nuestra sinceridad, será nuestra disposición para asumir el privilegio de la mayordomía. Pablo dice a los macedonios: "Pues doy testimonio de que con agrado, han dado conforme a sus fuerzas, y aún más allá de sus fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de participar en este servicio" (versículos 3 y 4). Pablo les dice después: "Ahora pues, llevad también a cabo el hacerlo. . . porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene" (versículos 11-12).

Si encontramos que estamos renuentes a dar con generosidad, deberíamos estar muy alarmados. Debemos escudriñar nuestras vidas para descubrir las cosas que nos han inducido a dejar nuestro primer amor y a enfriarnos en el amor hacia Cristo. Una vez encontrado el mal, debemos desarraigarlo.

Es únicamente cuando estemos dispuestos a perder todo el beneficio personal de nuestro ingreso, y manifestar la gracia de dar, que estaremos dándonos realmente al Señor. Pablo anhelaba ver esta disposición en los creyentes, a fin de que dieran "No con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre" (2 Corintios 9: 7). La palabra griega traducida como "no con tristeza" significa como "renuentes" o como "afligidos."

¿Somos renuentes a repartir nuestro dinero para el Señor? ¿Nos resulta difícil elegir la gloria de Cristo más que las comodidades del presente? Si es así, derramemos nuestro corazón en arrepentimiento, por nuestra frialdad. Avivemos nuestra gratitud por nuestra salvación, y por el amor redentor del Salvador, por la nueva naturaleza que hemos recibido, y por toda Su paciencia, misericordia y amor para con nosotros.

Pensemos en Su tierna providencia en nuestras vidas, y en la certidumbre de la gloria eterna, y seguramente nuestros corazones se derretirán y nos levantaremos con el deseo de asumir nuestra responsabilidad de apoyar la obra del Evangelio.

Que nunca seamos contados entre aquellos que dan solamente porque tienen que hacerlo. Más bien demos, porque nos hemos propuesto en nuestro corazón dar para la obra de Dios. ¡Cuánto nos alienta saber que la mayordomía alegre y voluntaria agrada al Dios Todopoderoso del cielo!

Sin duda, la frase: "Dios ama al dador alegre," es demasiado profunda para que podamos entenderla plenamente. ¿Acaso puede Dios amarnos más de lo que ya lo ha hecho, al enviar a Cristo para que muriera por nuestros pecados? Estas notables palabras probablemente significan que Dios manifiesta Su amor al dador alegre, por la manera en que Su bendición recae sobre su ofrenda y Su abrazo especial es experimentado por el mayordomo voluntario.

6. La Generosidad Bíblica Está Relacionada con los Medios.

Pero suponiendo que nos encontramos en dificultades económicas: ¿es razonable esperar que demos generosamente? Nuestro pasaje en 2 Corintios 8 nos ayuda también en este punto, porque define la generosidad bíblica en relación con nuestros medios, diciendo: "Porque si primero hay la voluntad dispuesta, será acepta según lo que uno tiene, no según lo que no tiene." (Versículo 12).

Si queremos dar para el Señor, y hacemos lo mejor que podamos en circunstancias difíciles, el Señor se agrada y honrará y bendecirá nuestra ofrenda. Esto lo vemos en la blanca que ofrendó la viuda. Desde la perspectiva divina, la "generosidad" es un asunto de las circunstancias de cada uno.

Como J. C. Ryle lo expresó: "Las ofrendas de los creyentes pobres tienen tanta dignidad como las ofrendas de un príncipe, porque Cristo toma en cuenta algo más que la simple cantidad de nuestra ofrenda. Él mira a la proporción de nuestra ofrenda en comparación con todos nuestros bienes, y también mira la abnegación que exige de nosotros."

Vean el ejemplo de los macedonios, quienes se encontraban "en grande pobreza de tribulación." Y sin embargo, "la abundancia de su gozo y su profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad" (versículo 2). Motivados por su gratitud ante la bondad de Dios para con ellos, hicieron su mejor esfuerzo para contribuir, y el resultado fue registrado por el Espíritu Santo como "las riquezas de su generosidad." Según la opinión de Dios, el gozo cristiano se combina con la pobreza para resultar en "generosidad."

No debemos desanimarnos nunca por la idea de que la capacidad de nuestra mayordomía es pequeña y que no vale la pena. Vemos en el lenguaje del Salvador y de Pablo, que el corazón de Dios se agrada ante la "generosidad" de Su pueblo, sin importar cuán pequeña sea la cantidad. La ofrenda sincera es un acto de amor y de adoración y Dios obrará grandes bendiciones para esta clase de ofrendas. La ofrenda pequeña pero que cuesta, dada con gozo, lleva la fragancia de la gracia de Cristo viviendo en un corazón redimido.

Podemos pensar que en tanto que demos una porción de nuestro ingreso, (digamos un diez por ciento), seremos reconocidos como unos siervos obedientes en el día del juicio. Pero, vean otra vez a los creyentes de Macedonia, pues ellos se esforzaron en dar más allá de su capacidad (versículo 3). No hay ninguna evidencia de que ellos daban una porción "confortable" o "conveniente." Al contrario, hay un deseo profundo de esforzarse al máximo, y esto es lo que el Espíritu Santo aprueba y recomienda.

¿Así sucede con nosotros? ¿Cuándo fue la última vez que revisamos nuestra mayordomía? ¿Es nuestro deseo constante el avance de la obra de Dios? O, ¿hemos caído en el error de pagar un 'impuesto' fijo al Señor, considerando todo el resto como "dinero para nuestros bolsillos"?

7. El Objetivo es el Motivo

Una de las palabras más útiles usada en conexión con la mayordomía aparece en 2 Corintios 9: 5, en donde Pablo dice: "Por tanto tuve por necesario exhortar a los hermanos que fuesen primero a vosotros y preparasen primero vuestra generosidad antes prometida, para que esté lista como de generosidad, y no como exigencia nuestra." La palabra traducida dos veces aquí como "generosidad" (Versión 1960), se traduce en la versión antigua como "bendición." Esta palabra griega significa algo más que un don generoso, puesto que incluye la idea de comunicar un beneficio o una bendición.

Lo que los corintios tenían en mente no era solamente el alivio del hambre, sino que además se preocupaban por la felicidad y el bienestar de los afligidos creyentes de Jerusalén. No fue simplemente un intento de evitar el morir de hambre, sino más bien un beneficio positivo o una bendición además de eso; una expresión de amor.

La palabra "bendición" (versión antigua) o "generosidad" (versión 1960), manifiesta un ingrediente muy importante para la mayordomía cristiana, sin el cual perderemos nuestra motivación, y nuestra ofrenda se volverá una cosa mecánica. La mayordomía cristiana debe ir acompañada de un deseo: el deseo de brindar una gran bendición a otras personas.

En el caso de los afligidos creyentes de Jerusalén, los corintios querían algo más que su supervivencia. Querían darles salud, felicidad y ánimo espiritual. Su ofrenda iba acompañada de sus oraciones que expresaban su preocupación, su afecto y su solicitud por ellos.

Cuando ofrendamos para el evangelismo y el ministerio de nuestra iglesia, debemos hacerlo con un deseo similar en mente. Debemos decirnos a nosotros mismos: "esta ofrenda es una bendición o una expresión de buena voluntad, diseñada para traer luz y vida a las almas perdidas."

Cuando planeamos nuestra mayordomía debemos pensar en el beneficio espiritual de otros, que se producirá por la proclamación de la Palabra. Esta es la meta de la mayordomía, sin la cual se convertirá sólo en un deber frío y pura formalidad. No ofrendamos porque sea nuestro deber hacerlo, sino que vemos cómo otras almas pueden ser bendecidas de la misma manera en que nosotros lo hemos sido. Debemos tener en mente no sólo un don, sino también una bendición.

El apóstol Pablo se apresura a agregar que si ofrendamos con este espíritu, en verdad redundará en una bendición: "Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará." (Versículo 6, Versión 1960).

Aquellos que enseñan el "evangelio de la prosperidad" sacan estas palabras fuera de su contexto y las aplican al dador del don, enfatizando que el dador segará más riqueza y beneficio como recompensa por su ofrenda. Dando este enfoque a las palabras, estos maestros persuaden a muchas personas para que les den a ellos grandes sumas de dinero (que son usadas frecuentemente para apoyar su estilo de vida extravagante y lujoso, especialmente en los Estados Unidos y otros países). Pero esta interpretación es obviamente equivocada, porque pasa por alto el contexto.

Las palabras de Pablo simplemente dicen que si sembramos escasamente (en nuestra ofrenda), no seremos instrumentos para traer muchas bendiciones a las vidas de otros. Por otra parte, si sembramos (damos) generosamente, con el fin de comunicar una bendición grande o un beneficio a otros, entonces Dios bendecirá grandemente a aquellos a quienes fue otorgado el don.

Las palabras de Pablo no dicen nada aquí acerca de nuestra prosperidad, ni de la cuestión de si ésta será incrementada como resultado de nuestra ofrenda. El dador del don segará, en el sentido de que su ofrenda producirá fruto. Si su motivo es el de bendecir a otros, a su debido tiempo la semilla crecerá para una gran cosecha. Es un grave error trastornar este versículo para apoyar a aquellos que ofrendan egoístamente o en la búsqueda de sus propios intereses.

Otra meta principal que debemos buscar por medio de nuestra mayordomía, es que sea una alabanza y un agradecimiento a Dios. Este punto es destacado en 2 Corintios 9: 12, en donde Pablo dice que la benevolencia de las iglesias redundó en esto: "Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo."

No importa si damos para aliviar el sufrimiento de otros creyentes, para la predicación del evangelio, o para la enseñanza de los creyentes, el resultado de nuestra ofrenda (por la bendición de Dios), es gratitud y amor para Él. ¿Puede existir un objetivo más elevado que éste: multiplicar la alabanza y el agradecimiento para con Dios? ¡Cuán fuerte es este incentivo para nuestra mayordomía, pensar que Dios quiere usarla para producir alabanza y adoración en los corazones de otras personas!

8. La Seguridad Financiera y el Diezmo

Hay un grandioso versículo en 2 Corintios 9, en donde el apóstol Pablo se dirige a nuestros temores humanos. Al enfrentarnos con el reto de ofrendar con liberalidad, quizás seamos tentados a pensar: "pero, ¿qué tal si repentinamente nos encontramos con tiempos difíciles? ¿Qué tal si no estuviera otra vez en la posición de adquirir ciertas cosas que me gustaría tener? Y, ¿qué tal si mi ingreso me llegara a faltar?

A pensamientos semejantes a estos, Pablo dice: "Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra." (Versículo 8).

Dios cuidará de ti, dice Pablo. Toda gracia, en abundancia, fluirá hacia ti para que siempre tengas lo suficiente, (fíjate bien, no demasiado, sino lo suficiente), para agradar al Señor, para servirle y para crecer en la gracia.

Esta no es una promesa de recompensa material por nuestra mayordomía, sino una promesa de gracia, la cual es un favor de Dios. La promesa puede cumplirse en la forma de un apetito modesto y humilde, de tal forma que vivamos contentos sin muchas de las cosas que los hombres del mundo consideran esenciales.

Seguramente el Señor nos dará un celo más grande por Su obra, y nos usará para producir fruto eterno. "Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre." (Versículo 9).

Los versículos 10 y 11 del capítulo 9 (la oración de Pablo a favor de los corintios), enseñan que Dios puede incrementar los recursos de los mayordomos fieles, a fin de que su mayordomía se incremente más. El apóstol escribe: "Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios."

Es Dios quien provee los recursos para la mayordomía, quien da los resultados, y aun quien incrementa los recursos de los mayordomos fieles. ¿Apreciamos el hecho de que el Señor nos ha prosperado para este propósito? ¿Le defraudamos inconscientemente, guardando para nosotros mismos, aquello que es para Su obra? Dios suministra o provee la "semilla" para que Su pueblo siembre.

De este ingreso (dice Pablo, citando a Isaías), viene nuestro pan, y de ello tenemos que cubrir los gastos de la familia y del hogar. Pero la porción que sembramos para la cosecha del Señor, Dios la multiplicará.

Por lo tanto, nunca dejemos de orar por la ofrenda que damos, porque entonces el Señor no magnificará su efecto en la obra del Reino. Pudiera ser que nosotros estemos entre aquellos que el Señor llamará a una mayordomía que se incremente constantemente, gobernando nuestras circunstancias de tal manera que estemos "Enriquecidos en todo para toda liberalidad." (Versículo 11).

9. El Diezmo Depende del Contentamiento

Hay un reto especial para nosotros que vivimos en este siglo de abundancia en 1 Timoteo 6: 6-11 y 17-19. "Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento. . .así que teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto."

Cuán esencial es para nosotros que tengamos una actitud razonable y reservada acerca de nuestros requerimientos en esta vida. Sin contentamiento, siempre sentiremos la necesidad abrumadora de que "algo más nos hace falta" y nuestros apetitos inquietos echarán a perder la administración sabia de nuestros recursos, es decir, nuestra mayordomía.

Es necesario que nos preguntemos constantemente, conforme planeamos nuestras compras: "¿realmente necesito esto? ¿Es necesario? ¿Qué sucedería a la obra del Señor, si todos los creyentes gastaran su dinero como yo lo estoy haciendo? ¿Hago esta compra para mi engrandecimiento o para impresionar a mis vecinos? ¿Debería yo tener esto, mientras otros creyentes sufren dificultades, y los mensajeros del Señor están en aprietos económicos?

Pablo advierte que "Todos los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo," y dice también: "A los ricos de este siglo manda que no sean altivos," que quiere decir "engreídos."

Hace muchos años conocí a un hombre cuyos ingresos personales estaban muy por encima del presupuesto anual de una iglesia grande a la cual asistía. No obstante, me dijo que su mayordomía no era muy sustancial. Él mantenía dos casas muy costosas, varios automóviles lujosos, además de otras comodidades proporcionadas por la riqueza. ¿Qué estaba manifestando este hombre con ese estilo de vida? Estaba diciendo que él mismo tenía más importancia que la obra entera de su iglesia. Si gastamos excesivamente en nosotros mismos, estamos declarando lo que creemos acerca de nuestro valor y nuestra importancia. Ante los ojos de Dios, aparecemos como el resto del mundo.

Pablo dice: "a los ricos de este siglo manda. . .que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, dadivosos, generosos," y esto quiere decir que estén dispuestos a compartir con generosidad, y que no vean sus bienes como si les pertenecieran.

La codicia (que significa el deseo de tener más siempre), es profundamente ofensiva a Dios, y cruelmente dañina para la vida espiritual. No hay nada que convierta más pronto al creyente en un hipócrita que la codicia; ni tampoco hay algo más dañino para la mayordomía. Y sin embargo, este es sin duda, uno de los pecados menos reconocidos o del que menos nos damos cuenta, aun entre los creyentes.

El Señor dijo: "Mirad y guardaos de toda avaricia" (Lucas 12: 15). Pablo coloca la avaricia entre la perversidad y la maldad, en la lista de pecados de Romanos 1: 29. En Efesios 5: 3, está colocada junto con la fornicación y toda inmundicia y es destacada como algo que ni siquiera se debería "nombrar entre nosotros."

En Colosenses 3: 5 se nos dice que hagamos morir a la avaricia, la cual se define como idolatría. Hebreos 13: 5 dice: "Sean vuestras costumbres sin avaricia," es decir, este pecado debe ser erradicado de nuestro estilo de vida, porque deberíamos estar completamente satisfechos con el Señor mismo.

¿Cómo podemos prevenir la avaricia, que es uno de "los deseos carnales que batallan contra el alma"? (1 Pedro 2: 10). ¿Cómo podemos contener nuestros apetitos, y así guardar el décimo mandamiento: "No codiciarás"? El gran antídoto, junto con la oración y el contentamiento, es la mayordomía planeada y generosa de los recursos que Dios nos ha dado. En otras palabras, el pecado preciso que destruirá nuestra mayordomía, será restringido si tenemos una administración bíblica y controlada de nuestros recursos.

Las palabras de Pablo a Timoteo, que los ricos deberían ser: "Ricos en buenas obras, dadivosos y generosos" no son simplemente un buen consejo, sino un mandamiento solemne. "Mándalos" dice Pablo.

La mayordomía no es sólo nuestro llamamiento, sino nuestro privilegio. Es la salvaguarda más tierna que pudiéramos tener para protegernos de nuestros deseos y guardar nuestros corazones como dedicados al Señor y a los asuntos de Su reino. Es un infalible protector contra los tentáculos de la mundanalidad.

10. El Dar No Debe Tener Nunca un Motivo Egoísta

El apóstol Pablo, en Romanos 12: 8, incluye el ofrendar o contribuir como un don espiritual, diciendo: "El que reparte, hágalo en simplicidad." Pablo se refiere aquí a los creyentes que tienen un ministerio especial en este asunto, presumiblemente porque han sido bendecidos con mayor riqueza de la normal. Algunas personas pueden caer en la tentación de ofrendar ostentosamente para atraer hacia sí mismos, la apreciación y la influencia. Tales personas reciben la advertencia que eviten caer en esa trampa. Aunque ciertos peligros son particularmente significativos para los que ofrendan grandes cantidades, no obstante, todos deberían ser cautelosos para evitarlos.

"Simplicidad" es la norma; esta palabra significa: "con pureza o sinceridad." "La simplicidad" (palabra usada por la Versión Antigua) quiere decir, que no deberían existir motivos ulteriores, como por ejemplo, obtener influencia o ventajas para sí mismos. Este es un vicio que frecuentemente motiva a los ricos en sus donativos a la iglesia, y es algo que puede convertirse en un tropiezo para los líderes de la iglesia.

Una posible paráfrasis de las palabras de Pablo podría ser la siguiente: "que el que da, lo haga sin ninguna clase de interés personal." Desafortunadamente, algunos dadores mal motivados han usado muchas tácticas para asegurar que sus ofrendas les obtengan influencias. A veces hay personas que quieren que la iglesia adquiera algo que no es aprobado por los oficiales. Entonces, actuando de manera individual, compran la cosa y la donan a la iglesia. Esto constituye una violación del orden y gobierno de la iglesia, porque acaba con el liderazgo espiritual y los procedimientos normales para la toma de decisiones.

En ocasiones hay personas que donan artículos a la iglesia (por ejemplo, un nuevo piano), con el fin de llamar la atención y ganar el aprecio de los demás. A veces, en algunos casos, hay personas que quieren comprarle al ministro un 'regalo,' para asegurar algún privilegio o trato especial (quizá para escapar de la disciplina o las consecuencias de su mala conducta).

Sin duda, muchos donativos directos a la iglesia y al pastor, son hechos con los propósitos más puros, pero la práctica en sí es muy peligrosa. Por lo tanto, normalmente las ofrendas deberían llevarse a cabo en secreto y dirigir todo a la "ofrenda común." Solamente así, no habrá oportunidad para ninguna tentación y la iglesia podrá financiar su ministerio, libre de cualquier influencia inapropiada.

Esto va de acuerdo con las instrucciones del Salvador en el Sermón del Monte: "Guardaos de hacer vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis recompensa de vuestro Padre que está en los cielos. . . Mas cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto." (Mateo 6: 1-4).

El ofrendar debería ser, hasta donde sea posible, una actividad secreta; no debería asegurar ninguna ventaja o privilegio para el dador. De esta forma, deberíamos reconocer la igualdad de todos los oferentes ante los ojos de Dios, sin importar si son ricos o son pobres.

11. ¿Es Válido el Diezmo en la Actualidad?

Tradicionalmente los cristianos han tomado el diezmo (el diez por ciento), como el punto inicial o la base de la mayordomía, puesto que es visto como la proporción bíblica mínima. Puede ser aumentada conforme el Señor lo prospere a uno. Dos preguntas son formuladas comúnmente en relación a este asunto. La primera pregunta es: ¿por qué un requerimiento judaico, invalidado por la venida de Cristo, debería estar en vigor hoy en día, pues parece ser un legalismo?

La segunda pregunta, (dando por hecho que el diezmo es algo saludable) es: ¿debe ser un diez por ciento del ingreso neto o global? (Neto se entiende como el ingreso después de pagar los impuestos correspondientes).

En respuesta a la primera pregunta, el diezmo, como una base correcta para dar al Señor, no está restringido al período del Antiguo Pacto judaico y las leyes ceremoniales. Es un grave error identificar el diezmo con la ley dada a Moisés exclusivamente.

En Hebreos 7 leemos acerca de Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo, quien bendijo a Abraham cuando regresó de la derrota de los reyes, "a quien asimismo dio Abraham los diezmos de todo." (Hebreos 7: 2).

Este grande y misterioso rey de Salem, fue reconocido por Abraham como el representante del Señor, y el diezmo fue la respuesta correcta a la bendición recibida de él. Debemos dar por hecho que el Señor reveló esto a Abraham.

El pasaje en Hebreos destaca el hecho que Melquisedec representa un sacerdocio más alto que el de Aarón, a saber, el sacerdocio de Cristo Jesús. Pero, para nuestro estudio ahora, simplemente hacemos la observación de que Abraham, muchos siglos antes de que la ley ceremonial fuese dada, está consciente de que el diezmo era una base correcta para su ofrenda.

Además, este conocimiento fue comunicado posteriormente a la familia, porque cuando Dios se encontró con Jacob en Bet-el y lo bendijo con muchas promesas, Jacob de inmediato se comprometió a dar un diezmo de todo lo que recibiera. (Génesis 28: 22).

Por lo tanto, el diezmar existió previo al pacto mosaico y no debería ser considerado como perteneciente exclusivamente a la ley ceremonial, la cual fue abolida por Cristo. No tiene el mismo carácter que la circuncisión (la cual fue también previa a Moisés), porque la circuncisión ha sido claramente anulada por el Nuevo Testamento.

Un punto importante de recordar acerca de la mayordomía neotestamentaria es que, puede exceder grandemente el porcentaje del diezmo (como por ejemplo el caso de las dos blancas de la viuda), y por lo tanto, ninguna forma fija de dar está vigente ahora. Hoy es un asunto del corazón y de la generosidad máxima, según como el Señor nos haya prosperado. No obstante, el diezmo todavía permanece como una guía de lo que constituye una porción mínima y razonable.

Vale la pena notar que en los tiempos del Antiguo Testamento, cuando una multitud mixta de judíos fue obligada a diezmar, en realidad fueron obligados a dar mucho más que el diezmo. Un estudio cuidadoso de los pasajes que mencionan el diezmo, demuestra que los judíos dieron dos o hasta tres diezmos distintos, sin contar los costos adicionales de los sacrificios personales sobre el altar.

El costo real de la mayordomía veterotestamentaria, ha sido calculado como una quinta parte de su hacienda (veinte por ciento). Además, cuando recordamos que la gran mayoría de los judíos realmente no experimentaron la gracia de Dios en sus corazones, seguramente sentiremos que nuestra ofrenda no debería ser menos que la de ellos. Visto de esta manera, un diezmo del ingreso global parecería ser una porción baja para la mayordomía de aquellos que disfrutan la luz gloriosa del Evangelio y poseen una esperanza firme del cielo.

No debe sorprendernos encontrar que los primeros convertidos a Cristo, al ser librados de la ley, rindieron sus bienes liberal y gratuitamente al Señor. Porque "Todos lo que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido, y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad." (Hechos 4: 34-35).

(Fue también en aquel entonces que el Señor dio una advertencia solemne a las iglesias acerca de la gravedad de la hipocresía en la mayordomía, una advertencia en el juicio que cayó sobre Ananías y Safira, cuando conspiraron para defraudar a los apóstoles).

Seguramente el diezmo del Antiguo Testamento nos revela una porción básica como nuestra responsabilidad. También nos muestra que el diezmo es el diez por ciento de "todo," y no solamente del así llamado "ingreso disponible." Abraham dio un diezmo de todo, y Jacob dijo al Señor: "De todo lo que me dieres, el diezmo apartaré para Ti."

A veces se escucha la queja de que ninguno de los patriarcas ni sus sucesores tuvieron que pagar impuestos al gobierno secular. Pero ellos incurrieron en costos directos por cosas que nosotros pagamos a través de impuestos, por ejemplo, la provisión para todo el bienestar social.

12. El Deber de los Oficiales de la Iglesia

A un nivel práctico, del ejemplo apostólico se deduce claramente que el Señor requiere que se rindan cuentas por el dinero ofrendado. Se nos ordena imitar el ejemplo de Pablo, quien se esforzó para asegurar que las iglesias que ofrendaron para las necesidades de Jerusalén, escogieran mensajeros de confianza para viajar con él y supervisar la distribución de los fondos.

Pablo explica con claridad el motivo de estas medidas: "Evitando que nadie nos censure en cuanto a esta ofrenda abundante que administramos, procurando hacer las cosas honradamente, no sólo delante del Señor, sino también delante de los hombres." (Vea 2 Corintios 8: 18-23). Los siervos del Señor deben procurar estar muy por encima de toda sospecha o calumnia.

En los últimos años hemos visto en los Estados Unidos los escándalos de ciertos tele-evangelistas que fueron convictos por fraude y por desvío de fondos. Este desvío a gran escala de los donativos, para su uso personal, fue posible porque los empleados responsables del cuidado de estos fondos, actuaron bajo sus órdenes.

Al pueblo de Cristo se le ordena seguir procedimientos para el manejo del dinero, que están por encima de todo reproche. Salirnos de estas normas no es solamente falta de sabiduría, sino además una desobediencia espiritual.

La promesa de Dios de que quienes siembran generosamente, segarán generosamente (2 Corintios 9: 6), lleva implícita una advertencia para los líderes de la iglesia. ¿Hasta cuál punto son las ofrendas del pueblo de Dios administradas, tomando en cuenta la promesa del Señor que "segarán una bendición"? ¿Qué hará Cristo con aquellos líderes de la iglesia que malgastan los fondos en una forma insensata?

¿Son los pastores sensatos y están exentos de extravagancias en la forma en que gastan los fondos para mantener las instalaciones del templo? No debemos olvidar nunca que el Señor ha prometido que los dadores recibirán una cosecha de bendiciones a través de sus ofrendas.

13. La Respuesta de un Corazón Redimido

Vivimos en tiempos en los que el ateísmo abunda y mucha gente tiene su mente lavada por las fuerzas de la inmoralidad, llamando mal al bien y bien al mal. Nunca desde los tiempos anteriores a la Reforma, la luz del Evangelio ha estado tan cerca de ser extinguida en el continente europeo.

Estamos siendo testigos también de la erosión de los remanentes del cristianismo bíblico en países como Estados Unidos. En América Latina, el catolicismo mantiene el dominio y la gran mayoría de los evangélicos han sido leudados por las doctrinas pentecosteses, el arminianismo y los métodos de la creencia fácil. ¿Es este el tiempo para que aquéllos que aman la verdad, busquen enriquecerse en la tierra o sucumbir ante la autoindulgencia y las comodidades terrenales?

¡Que Dios conmueva nuestros corazones para que nos rindamos a Él en servicio y mayordomía! Hay tanto trabajo por hacer: predicadores que necesitan sostén, misioneros que es necesario enviar, iglesias que necesitan ser fortalecidas, ministros que requieren capacitación, la impresión de literatura y libros, y muchas otras tareas por hacer en estos últimos días de oportunidad evangelística.

Seguramente nuestro gozo más elevado es el de asestar fuertes golpes contra el príncipe de la potestad del aire, y buscar triunfos para el Evangelio y para la gloria de Cristo.

Hemos visto que la Palabra de Dios nos dice que todo lo que poseemos le pertenece al Señor. Él nos prospera específicamente para la obra del Reino. Por lo tanto, debemos estar atentos constantemente a las necesidades de la Iglesia.

La mayordomía es nuestro llamamiento, y la esencia de la adoración verdadera. Ser un dador generoso es una marca crucial del carácter cristiano y de la santificación. Consiste en darnos a nosotros mismos al Señor. El Señor hará fructificar el objetivo deseado de cada 'dador' sincero y honrará toda nuestra abnegación. Él será nuestra seguridad, nuestro escudo y nuestro gran galardón, mientras obedezcamos Sus palabras: "De gracia recibisteis, dad de gracia." (Mateo 10: 8).

Nota: el doctor Peter Masters es Pastor del Tabernáculo Metropolitano, Newington, Londres, desde 1970.